17 de enero de 2009

camaleón

Mi armario es un baúl de disfraces..
no falta nada en él., desde las botas de campo hasta el vestido negro de gala.

A ustedes les da gracia que cuando salgo de viaje, guardo en la maleta un traje de baño, el pijama de franela, tacones, tennis y el vestido "por si las bodas".
Y esque odio las noches de frío, quedarme con las ganas de nadar y angustiarme de pensar que pudieran invitarme a una boda de último momento y yo con el vestido colgado en el clóset.

Para mí el asunto de estar vestida para la ocasión es un asunto importante, que independiente a la vanidad, resalta la necesidad de estar disfrazada para la ocasión

El vivir en mundos tan diferentes me hicieron una mujer compleja, con múltiples vivencias, y con múltiples carencias, también.

He tenido que adaptarme y transformarme al nuevo entorno en el que me toca vivir, aveces ciudad, aveces el campo, con unos y otros tipos de gente: de restaurantes de moda a caballerizas perdidas entre la nieve..

Mi capacidad de adaptarme es tan grande como la de disfrutar, pero entre tanto cambio, jamás creé una identidad propia, creo yo.

He vivido la vida como una gran biblioteca, y cada persona como un libro de aventuras; unos son novelas clásicas, otros héroes de leyendas, y en mi incapacidad de escribir mi propia aventura, elegía un hombre-libro para vivir junto a él una nueva historia.
Cada una me fue dejando aprendizajes y cicatrices en el cuerpo y en el alma...
Es así como aprendí a tocar la jarana, siguiendo los pasos de un laudero. En ese entonces me perforé las orejas, con la plena idea de que recordaría que debo aprender a diferenciar los sonidos del amor y no caer nuevamente en sus engaños.

Aprendí a tomar con champaña, o mejor dicho, mi primera y tormentosa cruda fué con champaña, queriendo aprender de aquel amor que se jactaba de ser un gran conocedor de todos los vinos, siempre era requerido en las fiestas, de lunes a domingo. Entre pláticas existenciales de borrachos, me corté las venas, para recordar que el amor es más que la pasión del momento y que de vez en cuando es mejor dejarla salir a tenerla dentro, quemando.

Me volví escritora de cuentos cortos y poemas de amor en los brazos de un cineasta. Enfrenté a la familia, defendiendo ese amor con más fiereza que Julieta. Yo no me dì por muerta, los di por muertos a todos quienes no veían lo que yo creía ver: el amor de mi vida.
Que resultó ser un amor de pasión, lágrimas y pena.
Ahí entregué el cuerpo hasta el desmayo, para estar segura de que no quedaba nada más que dar y que había cumplido el cometido de amar hasta el último aliento.

Ahora quería ser la co-protagonista de una historia en la cual, un hombre se enamorara perdidamente de mi y yo fuera el objeto más preciado de su deseo.
Busqué en la biblioteca y lo encontré.
Esa historia era cómoda y segura. yo escribía el título de cada capítulo y él se iba adecuando entre párrafos y renglones. Un par de veces le puse punto final, lo cual él transformó en puntos suspensivos hasta que decidí terminar aquella historia, sin imaginar que pasaría de ser la historia monótona que conocía a un final de crimen pasional.
Fueron sus lágrimas y su amenaza de matarme las que me enseñaron que casi pierdo la vida, a causa de la vanidad.

Aprendí el mecanismo de combustión de una motocicleta, a diferenciar el enduro del motocross, salté obstáculos de arena y dejé los nervios en cada curva de carretera, aferrada a la cintura de quien decidí, era el hombre ideal. Mi padre, pero 40 años más jóven.
Sordera selectiva, mínimo interés en mis cuestiones y la idea más firme de que las mujeres somos buenas para hacer casa y dar hijos sanos y fuertes a quiénes enseñar a andar en moto.
Me perforé la nariz, con la esperanza de que la testosterona se disolviera más en el aire y no fuera la culpable de conquistarme nuevamente.

Me pinté el cabello, las uñas, los ojos de negro y me lancé a la aventura de buscar vampiros junto a un gigante de dos metros con quien decidí que compartía el gusto por lo prohibido y el misterio de las leyendas;, y terminé aquella historia con un arete atravesado en la lengua, como recordatorio de que algunas palabras, así como las leyendas, no siempre son verdaderas, por más que las quiera creer.

Esta vez decidí que quería perderme en un libro teórico y aprender de la mano de un nuevo amor, los sicodélicos mundos del arte, la música y las fiestas electrónicas, lo "típico" de mi generación.
Viví las cosas más insólitas, conocí a las gentes más irreales, y me encontré mil y un veces en situaciones extrañas y sin sentido. Cansada de estar siempre rodeada de tanta gente, de no dormir y de escuchar un silbido en los oídos en mis momentos de relativa tranquilidad, salí huyendo, con un arete fosforecente en el ombligo a modo de aprender que el amor es más que vivir el momento y dejarse llevar por las tripas.

De la noche a la mañana cambié los Converse por un par de tacones y de puntitas, cuidando cada detalle, me encomendé enamorar al hombre más diferente que pude encontrar.
Era todo a lo que la sociedad llamaría un chico de familia, totalmente predecible, simple y cuadrado.
fué todo un reto mantenerlo más de una hora en mi casa sin que saliera huyendo frente a los títulos de mis libros de Isabel Allende, los carteles de música electrónica, mis máscaras de día de muertos, las películas de cine de arte y la comida macrobiótica del refrigerador.
En mi severa necedad de querer ganar mi propio reto, hice maletas y lo seguí fuera del país, cosa que para cuando toqué tierra, el sujeto en cuestión había perdido ya, total importancia para mí. A lo largo de ese viaje comprendí que el amor no tiene límites terrenales, pero que los abismos mentales son infranqueables.

Recorrí un tramo igual de largo hacia otra dirección, ahora tras los pasos de aquel a quien alguna vez odié por sus ideas misóginas, sus gustos tropicales y su acento porteño.
La idea de que alguien fuera tan "corriente" frente ala imágen culta de mi familia, acabó siendo la causa de mi gusto, con quien combrobé que ciertamente, del odio al amor hay sólo un paso. Viví un par de semanas entre conciertos de Snoop Dog y brillantes cadenas blin bling.
Varios raspones en las rodillas a causa de andar en bicicleta todo el día con tal de escapar a su música y sus amigos, me dejaron marcas que me recuerdan que bajo la piel todos somos iguales, pero hay un par de cosas sobre ésta que importan bastante a la hora de decidirse en cuestiones amorosas.

Regresé a México resuelta que había adquirido la fuerza sufucuente para ser yo misma, sin necesidad de vivir más historias que la mía y que este nuevo amor que me esperaba aprendería de mí y seríamos por fín co-protagonistas de una misma historia compartida.
Cartas, llamadas telefónicas, video conferencias y recados de amor con los amigos durante los años que estuvimos separados, se pulverizaron frente al primer encuentro, después del cual él desapareció dejando una última nota que decía:
"Eres mucho más de lo que merezco.."
El enojo y la frustración pasaron a la enseñanza de que el valor de saber soñar no no vale nada si no se tiene el valor de vivirlos.

Me subí a una bicicleta y pedaleé marcha atrás, a darle una segunda oportunidad a un amor que a falta de decisión y madurez de su parte, no cuajó años atrás.
Aprendí todo sobre el spinning, los tiempos, la respiración, los tipos de escuadras, las velocidades, a parchar llantas y a sudar como en baño romano.
A falta de condición y perseverancia de ambos, me bajé de la bici y con todos los músculos molidos, aprendí que varios intentos no logran lo que la perseverancia alcanza.

Decidida a darle una oportunidad a la amistad, me embarqué en la aventura de seguir a un hombre del cual no me iba a enamorar. Junto a él me volví fotógrafa, más fumadora y un poco más borracha también. Descubrí que mi virtúd es la inteligencia, mi capacidad de escuchar y de ver objetivamente la vida de los demás con ojo de halcón. Nos volvimos inseparables, una verdadera dupla, compañeros de aventuras, viajes, creamos nuestra rutina, compartimos ideas, sueños y proyectos...
Ambos aprendimos y compartimos noches y madrugadas de pláticas racionales respecto al amor, la vida y la fotografía.
Creamos proyectos imaginarios, complejos y elaborados con la intención de llevarlos a cabo. Llenamos una libreta de ideas, que a la mañana siguiente no pudimos transcribir; pero con ayuda de harta imaginación, logramos un par de frases garabateadas y sin sentido, que a la luz de las copas de la noche anterior, lucían brillantes ideas millonarias.

En algún momento tuve que partir.
Una llamada de teléfono me alistó para seguir a un hombre muy importante en mi vida, en lo que sería, su última aventura.
Esta vez no empaqué un vestido por si las bodas, pero si me fue de utilidad desempolvar el disfraz de mi época "dark".
Durante la partida de mi padre, aprendí todo el sistema respiratorio, el nombre y uso de medicinas y aparatos hospitalarios, a rasurar una barba de varios días, a tener imaginación, buen humor y paciencia dentro de un cuarto de hospital y lo más importante; aprender a desprenderse de la vida de manera fluida y enseñar a los demás a llorar por uno mismo y no por quien se fué.
Las cicatrices que éste hombre me dejó, han sido mucho más profundas: un par de líneas que dividen mi corazón en dos y la herencia de cargar con una bomba de mecha corta en el estómago que explota y destruye todo a mi paso cada vez que me enojo.

Con un vacío por su partida, le pedí a la vida que me enviara un nuevo amor. Cerraría los ojos y esperaría a que cayera en mis manos... o en la barra del bar que esa noche me tocaba atender.
Era el hermano de mi amigo, con las virtudes que tiene él y con el plus de que de éste sí me podía enamorar.

Jugué las cartas de ser una mujer "interesante e inalcanzable" durante un tiempo.. Pero digamos que le ayudé bastante y en poco tiempo ya me encontraba yo escuchando programas de deportes, quemándome las piernas en estadios de fútbol y usando camisetas azules con dorado.
Quise creer que todo marchaba fluido y sin mi ayuda, que el ritmo lento que llevaba esta nueva historia era viento de buena fortuna, y osé dar por hecho que esta historia ya estaba escrita.

Lo siguiente que supe es que efectivamente él tenía una relación y no era precisamente conmigo.
Pasé dos semanas con lentes oscuros y gotas por tremenda infección que literalmente me cegó durante días, mientras aprendía la lección de que tratar de ver lo que uno quiere ver, no es tema suficiente para convertirlo en realidad.

Me salieron ronchas por "causa indefinida" según el doctor, y bien definidas por mí, que ya era hora de que el desamor me hiciera alergia.

Fuí parte de las cifras de accidentados en el primer día del año con un ridículo choque en un camión urbano, mientras iba en camino al encuentro de otro hombre, un pariente medio lejano (aclaro, por aquello de que alguien pudiera asustarse), con quien conocí la ciudad por sus restaurantes, sus museos y su historia arquitectónica, como también descubrí que la frustración me provocaba un estado totalmente incontrolable y que mi enojo me podía hacer perderlo todo.
En un arranque de desesperación por no lograr controlar las situaciones con él (ni a él), decidí cortarme el cabello, lo único que podía cambiar radicalmente en un momento y a mi voluntad.

Me costó un año de sufrir las consecuencias de mi acto desesperado al no poder peinarme, pero aprendí que por más capaz que me crea a cambiar lo que considero que debe cambiar, no siempre soy yo quien tiene la capacidad de hacerlo y que uno no debe andar por la vida tratando de "mejorar" a los demás.


Un par de meses después, decidí mandar un mensaje.. una bala al aire de la cual no esperaba respuesta alguna, en realidad. Habían pasado un par de años desde que nos conocimos, y sólo nos vimos aquella noche de año nuevo y jamás volvimos a llamarnos siquiera, pero respondió.

Ahora me preparaba con disfraces de quien inicia una nueva aventura, manuales de aeronáutica bajo el brazo, mapamundi, historia de países lejanos y culturas antiguas, los rangos de mi abuelo de la escuela de aviación y un nuevo glosario de palabras e intelectuales chistes vinculados con la profesión del que sería el amor en cuestión.
Ya estaba yo preparada, leyendo las primeras páginas de mi nuevo libro cuando uno de mis amigos me llamó y me dijo:

"Y de verdad crees que éste si se va a enamorar de tí, querida?
Uno no puede enamorarse de lo que no conoce, Guera.
Lo que ven de ti es una parte, que en su momento, es extrañamente perfecta, demasiado perfecta!
Logras camuflajearte con ellos hasta crear una media naranja que no existe.
No existe la media naranja! Se trata de ser cada uno una naranja completa y así encontrarse en el camino, así vivir y así compartir..."

De pronto entendí todo. Es verdad, había tratado de ser la pareja perfecta para cada uno de ellos, tan perfecta que a todos les dejaba una extraña sensación de no ser totalmente real.
Aquellos que abrieron mi libro encontraron un espejo con un marco. el marco siempre fue el mismo para todos, yo nunca cambio mi personalidad, eso si, pero la imágen que reflejo es cambiante, siempre transformándose bajo los ojos de quien me mira...

Quiero tener mi propio libro, sé que tengo mucho que ofrecer, historias maravillosas que vivir, huellas, aretes, cicatrices, aprendizajes que enseñar a quienes curiosos, se acerquen a hojear.

Creo que es hora de buscar en mi baúl de disfraces lo que realmente me representa de cada cuento y empezar a escribir una nuevo libro que ésta vez hable sólo de mi.

Una extensa reseña autobiográfica novelada de mi historia amorosa, AF.